Salas de Concierto: acústica


(Imagen: Walt Disney Concert Hall)
La evolución de las salas de concierto

La música antigua se tocaba en las casas, en las iglesias, o en la corte. Pero en el siglo XVIII empezaron a proliferar las salas de conciertos en las ciudades más importantes, para atender a las demandas de una sociedad de mayor cultura y mayores posibilidades económicas. Esto coincidió con el apogeo del periodo clásico, cuando muchas de las obras de Mozart y Haydn estaban instrumentadas para orquestas de tamaño medio y, por tanto, exigían edificios construidos a propósito para su ejecución.

Pese a unos públicos cada vez más numerosos, las primeras salas de concierto eran pequeñas; raras veces cabían más allá de cuatrocientas personas. A finales del siglo XVIII se estaba construyendo salas de conciertos en toda Europa, pero ya a mediados del siglo XIX empezó a ser evidente la necesidad de que las salas tuvieran una capacidad mucho mayor.

En general se puede decir que la música de los románticos, desde Beethoven y Schubert hasta Tchaikovsky y Mahler, exige unos auditorios que proporcionen gran plenitud tonal y baja definición. El Concertgebouw de Amsterdam, construido en 1887, es un buen ejemplo de sala de conciertos proyectada para la música de este periodo.

Con la terminación del Boston Symphony Hall en 1900, apareció la primera sala de conciertos proyectada con arreglo a principios acústicos demostrados. Hoy en día se considera esencial el conocimiento de la acústica para los arquitectos que se dedican al diseño de auditorios; sin embargo, aunque la Sala de Boston se considera magnífica acústicamente, no por ello es mejor que muchas otras salas de conciertos construidas con anterioridad a la fijación de estos principios científicos.

La construcción de teatros de ópera ha sufrido pocas variaciones desde que en 1778 se construyó la Scala de Milán. El Covent Garden de Londres, la Opera del Estado de Viena y la Opera de París (terminada en 1875) siguen todos una planta similar.

Sin embargo, como se sabe, el Teatro de la Opera de Sydney se aparta mucho de las formas tradicionales. Las opiniones son diversas, pero en general se considera que su diseño ha sido todo un éxito.

Las tres plantas básicas para los auditorios son la rectangular, la de herradura y la de abanico.

Acústica

La acústica de una sala de conciertos o de un teatro de ópera influye muchísimo en el éxito de las obras que se interpretan allí (tanto o más que la propia calidad de éstas y de sus intérpretes).

El arquitecto se encarga de asegurar que, dentro del auditorio musical, el sonido se propague desde los ejecutantes hacia la audiencia, sin perder definición, equilibrio, gama dinámica, timbre y colorido tonal.

Entre los críticos musicales y los intérpretes existe bastante unanimidad en cuanto a qué edificios poseen buena acústica, pero también se dan algunas falsas creencias, como la muy frecuente de pensar que la acústica de un edificio mejora con el paso de los años.

Cualidades acústicas de los edificios

Para describir las distintas salas de conciertos, los músicos utilizan expresiones tales como “íntimo”, “pleno”, “quebradizo”, “brillante”, “de buena respuesta”, “turbio”, etc.

La intimidad y la plenitud son los atributos más importantes de un auditorio. La reverberación es el único factor acústico que se puede calcular matemáticamente: se define como el tiempo que tarda en descender en sesenta decibelios el nivel sonoro que persiste en una habitación, una vez que la nota que lo ha creado ha terminado. (Las composiciones musicales poseen una gama media de sesenta decibelios entre los sonidos más altos y más bajos).

De una sala reverberante se dice que es una sala “viva”. Una que refleje muy poco sonido hacia la audiencia se llama “muerta” o “seca”. La viveza de un auditorio proporciona plenitud tonal a la música.

Bach era muy consciente de la diferencia entre la acústica viva de la iglesia de San Jacobo, en Lûbeck, y la acústica seca de la de Santo Tomás, de Leipzig, por lo que compuso sus obras para cada una de ellas de acuerdo con tales circunstancias.

El tiempo de reverberación está condicionado por el volumen de la sala, por la cantidad de materiales absorbentes que hay en ella y, en menor medida, por su forma. Los tiempos de reverberación varían entre 1,1 segundos del Covent Garden de Londres; 2,05 segundos del Grosser Musikvereinssaal de Viena, y 7 segundos de las iglesias medievales.

No obstante, este lapso de tiempo puede modificarse mediante la colocación de superficies absorbentes, o con medios electrónicos, como el sistema llamado “resonancia asistida”.

Es frecuente que las iglesias que poseen tiempos de reverberación largos tengan también una particularidad: lo que se denomina “nota simpática”, que es una región tonal, entre Sol y La, en la que el tono queda aparentemente reforzado por la propia vibración de la estructura.

Siempre se dice que cada estilo concreto de composición posee un determinado ambiente acústico que es el más conveniente para su ejecución. Por ejemplo, la Toccata en Re menor de Bach para órgano debe interpretarse en un auditorio con un tiempo de reverberación de 4 segundos, y un concierto para piano de Mozart en uno de 1,3 segundos (idealmente). Pero a pesar de todo, y con la excepción de las óperas y de ciertas obras para órgano, la mayoría de las salas de concierto internacionales son adecuadas para un repertorio muy amplio.

Fuentes:
Imagen: Walt Disney Concert Hall

1 comentario:

  1. Muy buen artículo, me ha servido como referencia para un ensayo, me gustaría me puedas dar tus datos para citarte en la bibliografía...gracias

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